En un trabajo de investigación y relevamiento titánico, Alberto Silva indaga en varios tomos el periplo desde
El nacimiento hasta la actualidad del pensamiento Zen
Mario Nosotti, 1 ene (Clarín).- No es sencillo abordar discursivamente un fenómeno múltiple, de rasgos inefables, potencialmente extraño a nuestros paradigmas. No al menos sin caer para eso en lo codificable o en la asimilación al supermercado de experiencias propio de la cultura occidental. Este es el desafío que enfrenta Alberto Silva –poeta, traductor, especialista en temas japoneses–, el de constituir un método para poder dar cuenta de un objeto que por su misma inaprensibilidad, su vacío pregnante, ha sido germen de infinidad de explicaciones, usos y distorsiones. Y la técnica a usar será la del asedio, como ese sobrevuelo del halcón que empieza a vincularse con su presa en forma inevitable.
El presente trabajo –único en estas pampas por su exhaustividad y variedad de abordajes– proyecta cuatro volúmenes, de los cuales acaban de aparecer los dos primeros: Zen I Ruta hacia Occidente , y Zen II ¿qué decimos cuando decimos experiencia?
A Silva le interesa pensar el discurrir del Zen como fenómeno histórico y cultural para escuchar de qué forma nos habla a nosotros, occidentales siglo XXI, y para qué puede servirnos. Y la hipótesis es que su influencia puede ser decisiva en la transformación radical del individuo y de la sociedad.
Contra el cliché
A diferencia del modo de abordar el tema de D. T. Suzuki o Deshimaru –dos de los principales divulgadores del Zen en Occidente– desde la entraña misma del fenómeno, Silva se ubica en un entre. Su experiencia personal, su práctica y su conocimiento le permiten abrirse hacia un sentido ajeno al de su propia tradición; pero a la vez su origen y su formación le permiten aprovechar categorías propias de nuestro pensamiento.
De movida el autor nos invita a dejar en suspenso todo lo que creemos saber sobre el Zen –vulgata que incluiría ser rama del budismo, filosofía japonesa, forma de meditación o de control mental y sello estético entre otras– para de esta manera aventurarse a descubrir su propia lógica. Silva se ajustará a tratar una forma concreta del Zen, aquella que florece en Japón a partir del s. XIII de la mano del maestro Dôgen, el fundador de la escuela Soto. Así el primer volumen da cuenta de la progresión histórica del Zen –una compleja amalgama de elementos procedentes de la tradición india, china y tibetana– en su camino “deshilachado y disperso” hacia el Occidente actual.
Al autor le interesa indagar en la penetración que lenta y sin aspavientos se da desde hace un siglo desde Oriente a esta parte, a contramano del consabido y aparentemente inevitable proceso de occidentalización. De esta forma, el Zen sería un aporte decisivo en el proceso de la actual “revolución metafísica” de la que habla el filósofo alemán Peter Sloterdijk; revolución que parte del legado de pensadores como Nietzsche, Bergson, Freud y Heidegger, propulsores de un modo de pensar al margen del idealismo y la subjetividad, y críticos del ego metafísico. Y es a través de la lengua alemana y del sustrato fértil de la obra de Heiddegger que el Zen emprende su trasvase a Occidente, un proceso que aún continúa.
Palabras orientales
Para una buena parte de la filosofía occidental, la palabra experiencia es cuando menos sospechosa, vinculada a la subjetividad y más bien una piedra en cuanto acceso a lo real. Sin embargo, Silva encuentra en una distinción de la filosofía antigua –por un lado un pensamiento de la abstracción (concepto de skolé) y por otro un pensar que surge de un estilo de vida (háiersis)– la base para hacer hablar al Zen. Porque para Dôgen el Zen es básicamente un acontecimiento:
zazen (sentarse, atento a la respiración para, en el mejor de los casos, sin buscarlo, arrancarse de sí). El Zen acepta ser fuente de conocimiento a condición de que el mismo esté constantemente resignificándose en la práctica. Busca un hacer que transforme nuestro “modus vivendi”.
Y es aquí donde Silva abre una veta poco habitual en este tipo de estudios. Más que pensar el Zen como experiencia, nos propone “experimentar un Zen capaz de destilar un pensamiento”. En este sentido la propuesta de Silva es casi una propedéutica. La práctica de Zen confluiría en un tipo de discurso capaz de devolver al lenguaje gastado su condición de “palabra viva”. Varias veces el autor se refiere a esas “hebras de lenguaje”, como restos latentes que la marea del Zen deja sobre la playa.
La pregunta de fondo es, como bien advierte Silva: ¿cómo se relaciona la dupla experiencia-palabra? “El Zen busca continuamente releer toda versión convencional del mundo e incluso de sí mismo, a fin de orientarse cada vez hacia una elocución intempestiva de si”. Como pensamiento –siempre trenzado en su práctica, zazen– constituye un discurso donde lo que se ha dicho está siempre migrando hacia lo por decir. Dice Dôgen: “Zen es pensar, no pensar y sin pensar”. Una práctica que genera un discurso que a la vez se disuelve en la práctica para emerger inédito de esta. Y para hacer hablar a este ejercicio, modesto, pero de resonancias incalculables, es claro que los recursos normales no alcancen. Por eso muchos de los interlocutores de Silva en este ensayo son poetas (Philip Larkin, Rilke, J. L. Ortiz, Nicanor Parra) y por eso es que él mismo es un fino traductor de esa poesía extrema, el haiku , forma que aspira a captar lo instantáneo y nombrar la experiencia sin sujeto de la que habló Bataille.
Para cerrar quizá sirva aclarar que el Zen no se resiste a la teoría; sólo sonríe un poco cuando el discurso explicativo amenaza borrar la sed de una insistencia.
http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/resenas/Alberto-Silva-Zen_0_837516265.html
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